No hay políticas públicas claras que apoyen a los abuelos o familiares directos e indirectos que se encargan de los niños y niñas que se quedan sin madre de un día para otro tras un feminicidio

Itzel Cruz Alanís | Twitter: @i_alaniis

Siempre que doy cobertura a un feminicidio o a una desaparición me pregunto, ¿y ahora qué pasará con los menores que perdieron a su madre, a su padre, los pilares de su formación de vida, tras un acto violento y deleznable?

Pocas veces pensamos en las infancias. Tienen toda la vida por delante, algunos son de edades muy cortas, otros, adolescentes, pero la mayoría son menores de edad. Son hijos de madres solteras que trabajaban arduamente para sacarlos adelante, para construirles una casa o para darles una educación de calidad.

A Mariana Dehesa Nieves y su hermano los conocí hace 4 años. Ambos eran menores de edad.

Vía Facebook me contacté con ella sin saber que no llegaba a los 18 años. Le escribí para preguntarle si podía contar la historia de su madre, Ana María Dehesa Nieves de 33 años, desaparecida el 17 de febrero de 2019 en Texcoco, Estado de México, y localizada sin vida una semana después en la autopista Arco Norte, en Tlaxcala.

Respondió. Ella quería alzar la voz, pero al principio, los abuelos, que ahora se hacían cargo de ella, estaban temerosos. 

Después me dieron la confianza y me abrieron las puertas de su casa. 

Apenas comenzaba el calvario para ellos. La travesía de luchar contra un sistema que protege más a un victimario que a una víctima. 

La noche del 17 de febrero Ana María había salido a un bar con su pareja Yair Espinoza Vergara. Se fueron en el auto de ella.

Ana dejó de responder el teléfono. Comenzó su búsqueda. Horas de agonía donde no se sabía nada de ella ni de él. 

Se activó la alerta Odisea para localizarlos. 

Una semana después con el apoyo de redes sociales, los padres, hermanos e hijos de Anita supieron que un cuerpo con características similares al suyo estaba en Tlaxcala. 

Hoy se sabe que Ana tenía más de 44 lesiones en el cuerpo. Fue brutalmente golpeada y atropellada en repetidas ocasiones.

Tiempo después de que la familia exigiera justicia, la señora Guadalupe, madre de Ana, supo que Yair no estaba desaparecido. 

Cuando ella se dirigía al ministerio público fue interceptada por el sujeto en otro vehículo. Mofándose. Retando.

En ese momento los allegados ya sabían que Yair tendría algo que ver con la muerte de Ana. 

Como en cada caso que les cuento en esta columna, la historia se repite. Los familiares se vuelven peritos, abogados, policías, fiscales y hasta investigadores privados. Tienen que reunir pruebas para pedir a gritos ayuda. 

Ellos recabaron videos de la autopista Arco Norte, donde apareció el cuerpo. En las imágenes, Ana baja del auto corriendo descalza, intenta huir, Yair va detrás. Se pierde el rastro de ella. Ahí acabaron con su vida.

La familia también reunió testimonios, una de ellas incluso fue asesinada, y luego de pagar “la mochada” los padres de Anita lograron recuperar el vehículo, la prueba más importante del caso. 

En el toldo encontraron escrito el nombre de Yair, había sangre por doquier. Las refacciones habían sido robadas, pero la evidencia estaba intacta, como si fuera una señal. 

Han pasado 4 años y ni siquiera han podido girar una orden de aprehensión contra el probable feminicida pues se amparó como víctima cuando fue reportado por su familia como desaparecido. Por eso, la fiscalía del EDOMEX cerró el caso en esa entidad. Jamás se ha comprobado que apareció, que ya no es víctima. 

En Tlaxcala la indagatoria sigue en curso, pero va lenta. El juez les niega protección a esta familia que pasó por una ruptura tras la muerte de Ana y luego se unió porque la justicia sigue en el aire, porque aunque Mariana y su hermano son cuidados por sus abuelos y ellos son quienes los están criando, quienes les están dando educación, techo, amor y los ayudan a seguir adelante, aún les hace falta su madre que les fue arrebatada en este México feminicida donde miles de casos como este, quedan impunes por jueces corruptos y negligentes. 

Este, queridos lectores, es el rostro y las historia de una víctima más de violencia en nuestro país. No la olvidemos. El feminicida sigue en las calles burlándose y amedrentando a su familia.