Para conseguir el éxito en cualquier campaña electoral lo primero que se debe hacer es madurar la propuesta que se le va a hacer a la ciudadanía y la narrativa con que se va a exponer

Miguel Camacho | Twitter: @mcamachoocampo

De un par de años a la fecha han surgido infinidad de cursos, especialidades, certificaciones, diplomados, maestrías, entre otros grados académicos en marketing o comunicación políticos, algunos verdaderamente bien estructurados y otros, pues, mejor no opinamos. Dicen los encargados de organizarlos que es necesario profesionalizar a las personas que se dedican a “ayudar a candidatos” en sus campañas políticas.

Traigo a colación lo anterior porque en México ya estamos inmersos en una carrera presidencial, adelantada e ilegal. Con las hostilidades abiertas hemos visto a los “suspirantes” a la Presidencia de la República recorrer el país en transportes personalizados como el “Noroñabús”, o la “Monrineta”; comiendo garnachas en puestos callejeros; imitando las actitudes del presidente en los mítines, bailando, en algunas ocasiones con muy poca gracia (tenemos el caso de Marcelo Ebrard moviéndose al ritmo de la música de Caballo Dorado), o bien trasladándose en bicicleta de un lado a otro, vestidos de una u otra manera.

Cada una de las personalidades que “suspiran” por alcanzar la Presidencia de la República está respaldada por un sofisticado equipo de asesores que les indican cómo hablar, cómo caminar, el maquillaje que deben usar, el tono de voz a la hora que deben utilizar y un largo etcétera de reglas que deben seguir para conectar con la ciudadanía y conseguir el ansiado voto. Es decir, “los van a enseñar a venderse” (eso se leyó muy feo), dicho de otra manera (que se lee más bonito), les indicarán cómo posicionar su imagen como la persona indicada para guiar los destinos del país.

Sin embargo, de poco servirá seguir las reglas que les indiquen los “expertos en marketing político (ventas políticas)” si el “suspirante” no hace clic con el discurso que proclama en sus actos de campaña.

Xavier Domínguez, uno de los estrategas políticos más importantes de Iberoamérica, destaca la importancia del discurso dentro de la campaña electoral. Afirma que la narrativa debe hacer vibrar a las personas, hacerlos reflexionar, si es necesario hacer que se enojen, de lo contrario de nada servirá trabajar en aspectos como la imagen o el lenguaje corporal.

Aterrizando en un caso práctico lo dicho por Domínguez, el presidente López Obrador ganó la presidencia en 2018, no por sus propuestas de campaña, sino porque supo poner sal en las heridas que más lastimaban y siguen lastimando a México, porque contrario a lo que digan, el presidente no ha conseguido sanarlas.

Para conseguir el éxito en cualquier campaña electoral lo primero que se debe hacer es madurar la propuesta que se le va a hacer a la ciudadanía y la narrativa con que se va a exponer. Una vez que se tiene clara la propuesta, se pueden bordar otros aspectos de la campaña.

Ahora, ¿qué deben hacer los “suspirantes” presidenciales como Xóchitl Gálvez en este momento? Más que bailar, deben exponer ideas bien estructuradas y maduras, que convenzan más allá de la duda razonable, de lo contrario sus bailes, la ropa, las canciones, se convertirán en helio que los transformará en globos sin control, vistosos sí, pero sin rumbo.

EN EL TINTERO

-El presidente López Obrador vuelve hacerse la víctima de las situaciones conflictivas que él mismo crea. Ahora resulta que hay una campaña negra para responsabilizarlo de lo que pueda sucederles a los aspirantes presidenciales de oposición. Culpa de esta campaña a periodistas como Joaquín López-Dóriga y Raymundo Riva Palacio. Nuestro mandatario no entiende que la labor de los periodistas no es aplaudir, sino exponer hechos, aunque a él o a su equipo no les parezca.

-Reconozco que en mi colaboración “El éxito, un pecado mortal para la 4T” dejé fuera a los atletas mexicanos que han conseguido éxitos a nivel internacional, a quienes el gobierno les niega los apoyos, a los que por ley tienen derecho.

-Hugo López-Gatell debería renunciar a su título de médico para ponerse sin tapujos la chaqueta de político. Digo lo anterior por la manera que trató a los mexicanos con diagnóstico de enfermedades psiquiátricas que protestaban por la falta de medicamentos.