Pobladores de Jesús María, en Culiacán, consideran a Ovidio Guzmán como un benefactor, sin ver el dolor que el narcotráfico le ha causado a este país

Por: Arturo Ortiz Mayén | @OrtizMayen
Colaboración especial

Imagine a un niño, que a su corta vida, tiene frente a sí solo pobreza, carencias y como máxima figura de autoridad a hombres armados que se mueven en costosas camionetas blindadas que custodian a otro hombre que debe ser más importante, pues casi nadie tiene acceso a él.

Sicarios a los que les tiene miedo, admiración y agradecimiento pues son los mismos que les regalan juguetes a los de su edad y comida y dinero a sus papás.

Ahora imagine a ese mismo niño atestiguando cómo el estado, a través del ejército y la policía irrumpe en su comunidad a punta de balazos por tierra y aire para someter al líder criminal que paga todo y arrasar con todo aquel que se interponga.

Para él, ¿quién es el bueno, quién es el malo?

Ese niño representa hoy a la mayoría de los pobladores de la sindicatura de Jesús María, en Culiacán Sinaloa que ven a Ovidio Guzmán, hijo de El Chapo, como un benefactor, como la persona que todo les daba y no se metía con nadie pues ahí, era el rey.

Pude platicar con varios vecinos de Jesús María, una comunidad de 445 casas y 5 mil habitantes ubicada al norte de Culiacán. Sobran voces que lo defiendan. A una mujer muy grave, dicen, le pagó la operación que necesitaba y sus medicamentos. A los niños les regalaba juguetes en diciembre.

Todos dicen quererlo pues para nadie es un secreto que ahí creció y ahí viven sus primas, tías y otros familiares que encabezaron el fin de semana las protestas contra los policías y militares.

«Ellos la realidad, ellos anden donde anden extienden la mano. Sea lo que sea aquí siempre ayudaron a la gente», me contó una mujer que demostraba verdadera aflicción por la captura del capo al que se le responsabiliza de ordenar varios homicidios y controlar, junto con sus hermanos, varios laboratorios de droga sintética que producen las sustancias que están matando a miles de personas en todo el mundo.

La comunidad está dolida. Ellos no ven o no quieren ver el dolor que el narcotráfico le ha causado a este país. Para ellos, su realidad inmediata fue trastocada y en esta historia el malo es el gobierno, el que acusan, los volverá a dejar solos cuando lo que ocurrió aquí deje de llamar la atención de los medios de comunicación.

En Jesús María es difícil saber qué va a pasar, ayer varios pobladores se manifestaron en la sede de Gobierno del estado para exigir que salgan de su pueblo las fuerzas federales. Dicen qué hay muchos desaparecidos pero no dan nombres.

Lo que sí es real es qué hay una herida abierta en el pueblo y los niños que hoy saben lo que es la violencia extrema, siguen siendo carne de cañón para los narcotraficantes, que los reclutan con promesas de dinero o bajo amenazas.

Hoy, en un reportaje que presentamos para Despierta con Danielle Dithurbide, dos líderes de organizaciones sociales y defensores de derechos humanos, lo explican:

“Muchos de esos miles de jóvenes que son reclutados de manera forzada, menores de edad, pues mueren en los enfrentamientos, se deshacen de ellos, se los llevan y ya no se supo de ellos”, apunta Miguel Ángel García Leyva, representante de la Asociación Esperanza contra la Desaparición Forzada.

“No pocos de los jóvenes que están desaparecidos es gente que ha trabajado en ese eslabón más bajo de la cadena del narcotráfico”, dice el profesor Oscar Loza, de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa.

La captura de Ovidio Guzmán, como ya sabemos, no significará un cambio en las operaciones del Cartel de Sinaloa, sí es un manotazo de autoridad pero sigue sin atenderse la problemática social que alimenta las bases del crimen organizado.