La historia de Narley es una de muchas de las miles de historias que están detrás de las frías estadísticas del cáncer de mama, historias que hay que conocer, porque todas esas mujeres, como Narley, no quieren morir
Miguel Camacho @mcamachoocampo
“Tengo cáncer, no me puedo morir”, fue lo primero que pensó Narley, una joven mujer, cuando a sus 33 años vio los análisis que le confirmaron que tenía cáncer de seno, un padecimiento que ya había atacado a integrantes de su familia (su mamá y su bisabuela ya lo habían padecido). Sin embargo, a pesar de los antecedentes, ella nunca pensó en tener la enfermedad:
“Nunca me imaginé pasar por eso, aunque tenía el antecedente de mi mamá. Pero al palparme algo muy chiquito, una pequeña bolita por decirlo así, muy diminuta me empecé a preocupar. Además empecé a sentir mucho cansancio, dolor de espalda y agotamiento físico. Nunca lo sospeché, guardaba la esperanza que de pronto fuera algo que no fuera maligno, pero fueron los primeros inicios al sentir la bolita, al sentir cansancio y agotamiento. Luego comienzo a sentir que la masa crece en una velocidad alarmante, porque fue en cuestión de mes y medio que creció del tamaño de una lenteja a tener el tamaño de un limón, por decirlo así es cuando me alarmo y consulto a un médico.”
Narley quiso recibir el diagnóstico sola y al confirmar que iba a tener que enfrentar al cáncer, ya no como apoyo, como lo hizo en su adolescencia con su mamá, sino como protagonista de la batalla, el primer pensamiento que tuvo fue que morir no era una opción:
“Cuando recibí el diagnóstico quise hacerlo sola, lo leí sola, yo ya conocía muchos términos médicos. Incluso antes de consultar al médico con el resultado yo lo leí y ya sabía… ¿Qué pensé? Tengo cáncer… ¿Qué voy a hacer? No me puedo morir porque tengo a mis hijos pequeños. Ese fue mi primer pensamiento: Tengo cáncer, pero no me puedo morir. Claro, me puse triste, lloré. Lloré, pero a la vez me mentalicé que no podía morirme. Tengo cáncer, pero no puedo morirme, esa no es una opción para mí, eso fue lo primero que pensé.”
La noticia fue un duro golpe emocional para la familia de Narley, los más afectados fueron su mamá y su hijo. Así lo recuerda:
“Mi mamá creo que lo tomó más duro de como lo tomé yo. Lloraba mucho, sentía que ella me había heredado esa enfermedad y se sentía mal, quedó devastada; mi hermano también estaba muy afectado… Mis hijos tenían entre seis y siete años, estaban muy chiquitos… Mi hijo sí se asustó… No sabía qué era eso, pero sabía que su mamá estaba muy enferma… Cuando perdí el cabello por las quimioterapias él se asustaba mucho, me decía ‘mamá no quiero verte así’… Sentía que si me veía así, enferma y sin cabello era porque su mamá se iba a morir”.
Narley inició la lucha contra la enfermedad con el apoyo de su mamá y de su abuela, ya que acababa de divorciarse del papá de sus hijos, quien después de un proceso legal terminó quedándose con la custodia total de los niños.
El tratamiento de Narley duró poco más de año y medio. Un año intenso de quimioterapias, luego la doble mastectomía y radiaciones. Un tratamiento que golpeaba dos símbolos de la feminidad, algo que a Narley no le importaba, ya que su meta era vivir:
“Cuando me fueron a poner la primera quimioterapia, el médico me dijo lo que me iba a pasar, que iba a perder el cabello, lo tenía muy largo. Era una mujer que no era fea. El médico me dijo que perdería todo eso. Yo le dije no necesito que aclare eso, sólo dígame cuándo empiezo mi tratamiento porque no me quiero morir. Lo demás yo ya lo sé. Dígame cuándo comienzo, porque a eso vengo, todo lo demás yo ya lo sé…”
Narley asegura que fue al ver los efectos del tratamiento en su cuerpo, que ella le dio un nuevo valor a las cosas:
“Para mí la vanidad no importaba en ese momento. De hecho cuando yo me quedé sin cabello, quedé sin nada, quede calva, uno valora las cosas. Las mujeres a veces nos preocupamos del cabello, que si está ondulado, que si está liso. Realmente cuando pasé por esa enfermedad yo deseaba tener mi cabello aunque estuviera horrible”.
Narley ganó una batalla al cáncer, porque a esta enfermedad nunca se le gana la guerra. Los médicos especialistas tienen una frase: UN PACIENTE ONCOLÓGICO SIEMPRE SERÁ UN PACIENTE ONCOLÓGICO.
Hoy Narley reflexiona sobre lo que aprendió del cáncer:
-“Aprendí a ver la vida mejor, a no dejar pasar cosas importantes, a ser más fuerte, yo nunca pensé que fuera tan fuerte, ahí conocí lo fuerte que era. Aprendí a no dejarme devastar. Yo pienso que si puedo superar algo así, puedo superar cualquier cosa… ¿Qué les diría a las mujeres? En esta enfermedad tiene que ver mucho la mentalidad que tu tengas al respecto. Si tu dices me voy a morir, seguro te mueres. Pero si dices de esta tengo que salir, voy a luchar, creeme que vas a salir eso fue lo que a mi me ayudó mucho.”
La historia de Narley es una de muchas de las miles de historias que están detrás de las frías estadísticas del cáncer de mama, historias que hay que conocer, porque todas esas mujeres, como Narley, no quieren morir.