Por muchas razones, algunas incluso cuantificables, el ex alcalde priísta José Enrique Doger Guerrero representa una mancha y un lastre, y no un activo, para las ambiciones políticas de Moisés Ignacio Mier Velazco

Álvaro Ramírez Velasco | @Alvaro_Rmz_V

La pareja política y socio de negocios del coordinador de los diputados federales del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) es de los personajes menos agraciados en la simpatía popular poblana, incluso en el mismo partido en el que todavía milita, aunque ya se le extendió la carta virtual y moral de expulsión, el Revolucionario Institucional (PRI).
No hay que olvidar que el ex rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) no consiguió siquiera la nominación al Distrito 20 Local de la capital poblana, que buscó hace unos meses y para el que se inscribió. Terminó sumido en el ridículo, incluso a los ojos de los militantes del tricolor.
Es hábil y se sabe poner en la agenda mediática, pero la fuerza que hoy representa en Puebla capital -de acuerdo con fuentes de la ciudad- ya no es ni siquiera la tercera parte de lo que tuvo en su tiempo de esplendor, cuando ganó la alcaldía arrastrado por la fuerza del entonces muy popular Mario Plutarco Marín Torres, en el ya lejano 2004.
No es ni la evocación de aquel político.
En las mediciones de 2020, previo a la contienda electoral que definió al nuevo Ayuntamiento de Puebla, más por inercia que por ser un personaje con peso real, fue medido por las encuestadoras.
Indicadores S C, de Elías Aguilar, le dio 37 por ciento de opiniones positivas y 38 por ciento de negativas, con un balance de -1 por ciento.
En términos de rentabilidad electoral, simplemente no sirve. Ya no es un producto eficiente para las boletas.
Más que sumarle Doger a Mier, le resta. Su imagen es un lastre para la de por sí abollada percepción que se tiene del diputado federal plurinominal, quien se tropieza tanto con la lengua y que, por más que se esmera, nunca será lo simpático que él supone.
Ese mismo lastre y negativos le suma a Morena, ahora que Doger creó la percepción de que él le organizó un desayuno de tamales a Mier, con las huestes lopezobradoristas, para la defensa de la Cuarta Transformación (4T) del Presidente de la República, sobre quien el médico tantas y tan recientes ocasiones ha escupido.
Lo ignominioso es que los dirigentes formales del morenismo nacional, Mario Martín Delgado Carrillo, presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), y Bertha Elena Luján Uranga, presidenta del Consejo Nacional, consientan este tipo de desplantes de Moisés y su socio, de hablar a nombre de la 4T y colgarse de sus causas.
De Carrillo poco se puede esperar, porque su amistad y también, suponemos, sociedad con Mier, lo hace ciego a la afrenta que representa a Doger interfiriendo y proclamando por Morena.
¿Pero y Luján? ¿Ella que presume pureza lopezobradorista no tiene algo que decir? Antes ya se ha metido a opinar sobre Puebla, con una crítica insustancial, pero hoy que Doña Bertha tiene un buen motivo para indignarse, hace mutis.
No se equivoca el gobernador Miguel Barbosa Huerta cuando advierte que “no es una buena idea para Morena la llegada de Enrique Doger y es una peor idea para el propio Ignacio Mier la llegada de Enrique Doger como un agente promotor de él en sus aspiraciones, mala idea”, dijo este martes en su conferencia matutina.
Encima, realmente Doger no representa mucho, más allá de lastres y negativos para quien con él se saca la foto en el contexto político.
Lo suyo ha sido eternamente el chantaje, el berrinche, la concertacesión a favor de intereses oscuros, como en la campaña de 2018, cuando avaló el fraude contra Morena en Puebla.
Pero ahí está la sabia frase del filósofo de Guanajuato, José Alfredo Jiménez: “el cariño comprado, ni sabe querernos, ni puede ser fiel”.
Es cuanto.