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Es un municipio de Jalisco que ha vivido entre balaceras, desplazamientos forzados y el avance del crimen organizado.

En Teocaltiche, el dolor no termina con la muerte. A semanas de confirmarse el hallazgo de los cuerpos de cuatro de los ocho policías desaparecidos en febrero —asesinados y abandonados en bolsas negras—, las familias de las víctimas siguen esperando algo más que promesas vacías: esperan justicia, apoyo, y al menos un gesto de humanidad que no ha llegado.

Lo que ha hecho el gobierno de Jalisco es indignante. Ni una sola reunión directa del secretario de Seguridad Pública, Juan Pablo Hernández, con las familias. Ni una propuesta concreta de apoyo económico. Ni un reconocimiento público a los agentes caídos. Solo frases burocráticas lanzadas al aire, como quien intenta salir del paso: “Estamos viendo qué ofrecerles”, dijo el funcionario, como si la tragedia de perder a un padre, un esposo o un hijo pudiera esperar a la agenda política.

El abandono institucional en Teocaltiche no es nuevo. Es un municipio que ha vivido entre balaceras, desplazamientos forzados y el avance del crimen organizado, mientras el Estado apenas se asoma cuando la crisis ya está consumada. Pero esta vez, el olvido tiene rostro y nombre: son las viudas, los huérfanos, los padres que no solo enfrentan el duelo, sino también el desamparo.

No hay becas para los hijos. No hay atención psicológica. No hay ayuda económica. No hay siquiera una disculpa formal. El mensaje que reciben es claro: que sus muertos no importan, que sus vidas no valen, que morir en servicio en Teocaltiche es morir dos veces: una en manos del crimen, y otra en la indiferencia del Estado.

La negligencia del secretario Hernández no es solo una omisión. Es una forma de violencia institucional. Es negarse a asumir la responsabilidad de proteger a quienes arriesgaron todo en nombre de la seguridad pública. Es perpetuar el abandono sistemático de una región que, a ojos del poder, sigue estando lejos, demasiado lejos.

Teocaltiche no olvida. Las familias tampoco. Y la ciudadanía debería hacer lo mismo. Porque mientras los funcionarios se esconden detrás de declaraciones tibias, hay madres que lloran a sus hijos, niños que preguntan por sus padres, y comunidades que entierran a sus policías sabiendo que nadie vendrá a ayudarlos después