Cuauhtémoc Blanco tiene sus prioridades, y Morelos y los morelenses no están en esa lista; para él siempre lo más importante ha sido el futbol

Por Luis Alberto Beltrán | Twitter: @reporteroyosoy

Seamos sinceros, a Cuauhtémoc Blanco le importa un soberano cacahuate lo que pase en Morelos.

Es un hecho innegable que la delincuencia ya rebasó a las autoridades de esta entidad. En las últimas semanas Morelos ha sido escenario de balaceras, asaltos, robos de autopartes, mujeres que son despojadas de sus vehículos por sujetos con pistola en mano, ejecuciones a plena luz del día y ajustes de cuentas entre grupos delictivos.

Recientemente estos mismos grupos se encargaron de tapizar al estado con narcomantas, sin que ninguna cámara de video vigilancia pudiera grabarlos. Se movieron con tanta tranquilidad en diversos municipios para colocarlas en escuelas públicas, zócalos, ayudantías y bardas de avenidas principales sin que nadie los molestara.

En Cuernavaca, una mujer y su hija fueron ejecutadas cuando iban en su automóvil en una zona bastante transitada y donde hay colegios particulares y públicos.

En otro escenario, sicarios arrojaron los cuerpos de dos hombres, que fueron severamente torturados, en la banqueta de un puente vehicular que se ubica a solo tres cuadras del Centro Histórico de la Ciudad de la Eterna Primavera.

En municipios como Cuautla y Emiliano Zapata los asesinatos están a la orden del día. Y ante esta violencia desatada ninguna corporación llámese municipal, mando coordinado, Guardia Nacional, Ejército Mexicano o Marina, ha podido detener en flagrancia a una sola persona. A nadie.

Los delincuentes se pasean tranquilamente sin ser molestados, como si tuvieran permiso para matar otorgado por el gobierno estatal.

La prevención del delito le corresponde a la Comisión Estatal de Seguridad Pública que forma parte del Gobierno de Cuauhtémoc Blanco. La fiscalía está obligada a investigar y detener a los responsables, cuando los policías no logran o no quieren detener a los delincuentes.

La violencia que se vive en Morelos es un problema real y todo esto cobra mayores dimensiones cuando no hay autoridad que quiera enfrentarla.

Necesitamos entender qué está sucediendo, más allá de las apariencias y las distintas formas que tienen los políticos para evadir su responsabilidad.

Frente a este panorama Cuauhtémoc Blanco no ha sido capaz de decir una sola palabra. Ni siquiera ha tocado sus redes sociales para dedicar una sola línea a las víctimas y mucho menos a condenar los asesinatos que han ocurrido con total impunidad.

Tampoco le ha llamado la atención al almirante José Antonio Ortiz Guarneros, Comisionado Estatal de Seguridad Pública, quien desde hace prácticamente un año se encerró en su oficina y no ha salido a dar la cara a los morelenses. Si su jefe no lo hace, mucho menos él.

Pero Cuauhtémoc Blanco tiene sus prioridades, y Morelos y los morelenses no están en esa lista. Solo aparecen su partido y el fútbol. Lo último que posteó en sus cuentas oficiales fueron dos temas, el proceso interno de Morena para elegir a las y los coordinadores de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, y el encuentro de las Águilas del América contra Chivas en el Estadio Azteca para ayudar a los damnificados de Acapulco. Mientras los morelenses que se familiaricen con los crímenes que ocurren de manera cotidiana.

Una forma generalizada de la estupidez desbordada que tienen Cuauhtémoc Blanco y el alcalde de Cuernavaca, José Luis Urióstegui Salgado, es la incapacidad, o la falta de voluntad, de admitir errores. No solo ante otras personas, sino incluso, ante ellos mismos.

Se esfuerzan por deslindarse de su responsabilidad y se enfrascan en una rivalidad que afecta única y exclusivamente a los ciudadanos.

No resulta extraño, pero sí bastante deprimente, ver cómo los responsables de prevenir los delitos y garantizar la seguridad justifican la violencia con el “fenómeno cucaracha”, al aceptar que llegaron a Morelos los grupos delictivos que operaban en Acapulco y otras zonas devastadas por el huracán Otis y que encontraron un terreno fértil para su modus vivendi.

Y esa versión cobra sentido cuando encuentran un estado con un gobernador omiso, peleado con diputados, alcaldes, empresarios y organizaciones civiles, un estado donde el tufo a corrupción lo encuentran en todos lados y, sobre todo, donde reinan la impunidad y la ingobernabilidad.