México, la nación mexicana, entonces, no se sostiene únicamente en un contrato social, sino en un contrato emocional.
Miguel Camacho @mcamachoocampo
Con las fiestas patrias quedó inaugurado formalmente el maratón de celebraciones que va del Grito de Independencia a la Candelaria. Entre matracas, cohetes y cantos, me descubrí pensando en algo que rara vez se dice en medio del festejo: ¿qué es lo que realmente nos une como mexicanos?
Según una encuesta nacional de Parametría realizada en 2024, 63% de los mexicanos afirma que el orgullo nacional proviene de la cultura y las tradiciones, no de los gobiernos ni de los partidos. El lazo afectivo con el país se sostiene más en la música, la comida y la memoria compartida que en la política.
Ese dato es un golpe a la vanidad de los políticos. Las personas que acudieron al Zócalo el pasado 15 de septiembre no fueron a ver a Claudia Sheinbaum; asistieron a vivir el grito, a gritarlo, a sentirlo.
Pero esa fibra emocional que une a los mexicanos no desaparece porque no se encuentren en territorio nacional. La gastronomía, el lenguaje, la música y hasta el fútbol se vuelven vínculos con el país.
“A mi lo que más me recuerda México es la gastronomía. Sentir sabores que tradicionalmente comía en casa, como los choux que resulta que son muy de Francia (el St honoré sabe igualito a los choux que hacía mi mamá en forma de cisne) y las alcachofas que también son muy comunes acá en España… Cuando llegué a Madrid me obsesioné con los torreznos que son chicharrones de cerdo. No es que me gustaran tanto, de hecho casi no lo comía en México, pero era un sabor que me recordaba a mi familia, a mis amigos, me recordaba México”, comenta Maricela Salazar, quien actualmente vive en Madrid.
Para Maricela, además de la comida, el lenguaje es otro vínculo con México:
“Si pienso en algo menos personal, pero igualmente entrañable sería el lenguaje. El español de México y, por lo tanto, el sentir mexicano es muy nuestro. Si estábamos reunidas varias personas de diferentes partes del mundo donde todas hablaban español, en lo que menos nos parecíamos era en el lenguaje. El español es tan diferente en cada rincón del planeta que inmediatamente sabes cuando alguien es de los tuyos, por el acento, pero sobre todo por las palabras, las frases, el sentir mexicano. ¿A poco? ¡Aguas! Y ya si alguien dice chingón, chingos o apapacho, no tengo duda de que ahí hay un corazón mexicano…”
México, la nación mexicana, entonces, no se sostiene únicamente en un contrato social, sino en un contrato emocional. Los himnos, los goles, las fiestas patronales, los duelos colectivos, los sabores, los sonidos, la forma de hablar, todo eso es territorio, todo es patria.
México no es solo una geografía; es un pulso. Un país que sentimos antes que razonamos, que lloramos y celebramos, que nos duele y nos salva al mismo tiempo.