La IA puede acelerar procesos, pero no opera en el vacío; depende de quién la use, cómo se la alimente y qué objetivos se le impongan.
Miguel Camacho @mcamachoocampo
Hace unos días, navegando por Internet, me topé con un video promocional de una plataforma de inteligencia artificial. La trama era simple: una joven, angustiada, entra a la oficina y le pregunta a una compañera si ya hizo unos cálculos, un informe y una presentación. La compañera responde: “Sí, me tomó menos de cinco minutos —usé inteligencia artificial”.
Lo que me inquietó no fue la eficiencia que mostraban, sino lo que omitían: la escena vendía una varita mágica donde sólo hay herramientas. La IA puede acelerar procesos, pero no opera en el vacío; depende de quién la use, cómo se la alimente y qué objetivos se le impongan. Pedirle a una máquina lo que queremos no es lo mismo que saber pedirlo bien.
Les hemos puesto a las máquinas un manto de pensamiento que no les pertenece. Alan Turing lo puso en palabras en 1950: “La cuestión no es si las máquinas pueden pensar, sino si los humanos lo hacemos”. Setenta y cinco años después, esa observación nos pega más fuerte: la pregunta real es cuánto entendemos nuestras propias preguntas.
La IA dejó de ser un experimento: está en la oficina, en la escuela, en la banca, en la salud. Nos obliga a aprender, a reaprender y a domarla—no a ser domados—. El Foro Económico Mundial proyecta que para 2025 85 millones de empleos podrían verse desplazados por la automatización, pero que surgirán 97 millones en nuevas áreas. No se trata de un verdugo: es un reordenamiento.
Mi inquietud va por otro lado: que la dependencia apague el toque humano. La creatividad no vive únicamente en algoritmos; vive en equivocarse, en la duda, en la ética y en el contexto. La IA es un espejo: refleja nuestras prioridades, prejuicios y estrecheces. Si la entrenamos para maximizar ganancias a cualquier costo, hará. Si la usamos para ampliar derechos y cuidados, eso también devolverá.
La pregunta clave es sencilla y dura: ¿qué vamos a hacer nosotros con la IA? ¿La vamos a someter a indicadores cortoplacistas o la pondremos al servicio de justicia social, educación, salud y trabajo decente? No es un debate técnico: es un debate político y moral.
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