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En Uruapan, la violencia ha dejado de tener horarios. Ni la infancia, ni la función pública, ni la cercanía de una escuela detienen la mano de los sicarios

Por Konrado Álvarez 

Uruapan, Mich.- Por fuera del Instituto Lorenzo Milani, en plena mañana y ante la mirada atónita de niños y madres de familia, la violencia en Uruapan cobró otra víctima: Adriana N., trabajadora del Ayuntamiento. Su muerte no sólo estremeció a la colonia Ramón Farías sino que puso en evidencia, una vez más, el colapso de la seguridad en la ciudad.

Eran poco antes de las 8 de la mañana de este miércoles cuando la rutina escolar fue desgarrada por el estruendo de las balas. 

Adriana se encontraba en la banqueta de la calle Colima, justo frente a la entrada del instituto particular, cuando sicarios a bordo de una motocicleta abrieron fuego en su contra.

El ataque fue certero, brutal, sin reparo en que al interior de la escuela comenzaba el ingreso de niñas y niños, acompañados por sus madres y padres.

Los gritos y el caos se apoderaron del lugar. Algunos menores presenciaron la escena. Otros fueron evacuados de inmediato. Paramédicos de Protección Civil acudieron con premura, pero ya nada podían hacer. Adriana yacía sin vida. El sitio fue acordonado mientras la indignación empezaba a crecer.

Horas después, fue el propio alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, quien confirmó la identidad de la víctima. Lo hizo en una transmisión en vivo a través de Facebook, donde intentó justificar la creciente ola de violencia que azota al municipio desde hace meses. Las promesas de campaña -entre ellas, recuperar la tranquilidad en las colonias- hoy parecen lejanas e incumplidas.

“El dolor y el miedo se están volviendo parte de nuestra vida cotidiana”, escribió una madre de familia en redes sociales, que ese mismo día dejó de llevar a su hijo al colegio por temor.

Adriana, según versiones preliminares, era empleada del gobierno municipal. La Fiscalía no ha informado sobre avances en la investigación ni se conocen aún los motivos del crimen. Tampoco hay detenidos.

Mientras tanto, el Instituto Lorenzo Milani suspendió clases. En su entrada aún permanecen flores marchitas, colocadas por estudiantes, trabajadores y vecinos que se niegan a normalizar la muerte.

En Uruapan, la violencia ha dejado de tener horarios. Ni la infancia, ni la función pública, ni la cercanía de una escuela detienen la mano de los sicarios. Y la impunidad, como en tantos otros casos, amenaza con ser la única constante.