La mujer fue acusada falsamente por el entonces procurador de Aguascalientes, Felipe de Jesús Muñoz Vázquez

Maricela Sánchez Muñoz, fue detenida en octubre de 2011 en Aguascalientes, acusada de formar parte de un grupo criminal que asesinó varios policías municipales. Durante su detención y el tiempo que estuvo arraigada, Maricela fue torturada y después fue enviada al Centro Federal Femenil Noroeste que se encuentra en Tepic, Nayarit.

A casi 10 años de estos hechos, narra para los lectores de Dominio Público Noticias el tormento que vivió en prisión, acusada falsamente por el entonces procurador Felipe de Jesús Muñoz Vázquez, a quien varias víctimas acusan de tortura y cuyos casos aparecen en la recomendación 17VG/2019 emitida por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).

Maricela Sánchez Muñoz:

El 26 de octubre de 2011 fui ingresada al mencionado centro federal. A finales de noviembre me reubicaron al módulo 1 que era el de máxima seguridad y donde se encontraban recluidas varias mujeres con casos mediáticos, donde participaban personas muy poderosas para mantenerlas recluidas. Se encontraban ahí Brenda Quevedo Cruz (caso Wallace), Sandra Ávila Beltrán (la Reina del Pacífico), María Elena Ontiveros Mendoza (caso Martí), entre otras.

Las que estábamos ahí, éramos consideradas las más peligrosas y por esa razón no teníamos derecho a nada; eso lo escuché por boca de una pedagoga que lo gritó al módulo para que ya no reclamáramos por la discriminación a que éramos sometidas.

En abril del 2012 fui reubicada a la estancia 7 donde se encontraba Sandra Ávila, junto con otras dos compañeras, ya que cada estancia solo estaba acondicionada para cuatro mujeres. Yo sólo sabía de ella por lo que se decía en los medios de comunicación. Al vivir en la misma estancia me di cuenta que la mantenían estable gracias al medicamento controlado que le suministraban.

Al principio mi encuentro con la del Pacífico, fue de cordialidad y respeto. Aprovechábamos el tiempo en platicar de cómo había sido nuestra vida y haciendo planes a corto, mediano y largo plazo para recuperar lo que habíamos perdido al ser privadas de nuestra libertad.

No puedo negarlo, en su momento Sandra y yo nos comportamos con mucha confianza, de hecho, en algunas ocasiones me propuso que cuando estuviéramos libres me fuera con ella. Aunque nunca lo hablamos abiertamente pretendía que fuera su escolta, sabedora que yo había sido luchadora y policía municipal.

Sandra casi a diario recibía visitas familiares y de sus dos abogados que la mantenían bien informada de lo que pasaba en el exterior. Yo en esos meses me había mantenido ajena a los problemas. No contaba con que tarde o temprano podría terminarse la tranquilidad de las cuatro que vivíamos en la estancia.

Sandra comenzó a tener problemas con una de las que vivían con nosotras; me presionó para que dejara de hablarle a esa compañera, como no acepté empezó a hostigarme.  Me amenazó poniendo de por medio a mi hija. Intentó intimidarme al decirme que todas las amigas de ella que se llamaban “Mari”, habían muerto violentamente.

Ahí se acabó nuestra relación y comenzó un infierno que parecía no terminar, cuidándome de las guardias que “colaboraban” con la del Pacífico, en especial una de ellas con indicativo “Paloma”. Todo eso comencé a tomarlo en cuenta. Anotaba los días y horas aproximadas de sus comunicaciones que eran intercambiando “papelitos”, y los usé en el momento debido.

Desde que inició el problema solicité mi reubicación. Fueron días de amenazas, intimidación y agresiones verbales. Sandra además se victimizaba, decía que yo la atacaba. La situación se comenzó a salir de control, cuando varias compañeras aliadas de ella pasaban frente a nuestra estancia y directamente se ofrecían a darle el apoyo. También lo hacía la oficial Paloma, quien además de humillarme, leía mi correspondencia y el diario que yo escribía.

Eso lo aprovechó Sandra para acusarme de sacar información del centro federal y de ella misma. Hice un escrito para la directora que en ese entonces era Edith Castillo Galván. Fue hasta después de varias semanas que me recibieron autoridades del penal.

Ahí leí parte de mi diario y además ofrecí las fechas y horas aproximadas de cuándo se ponían de acuerdo para ciertas cosas entre las oficiales de custodia y los abogados de Sandra. También que uno de ellos tenía una relación sentimental con una mujer del área jurídica de la prisión y ella era la que le proporcionaba toda la información que necesitara.

Transcurrieron varias semanas para que actuaran. Llegaron varias comandantes y oficiales al módulo y comenzaron las reubicaciones. La primera fue la del Pacífico. Esto no lo puedo tomar como un triunfo, ya que solo me defendí, pero convertí, por ese motivo, a varias de las oficiales y comandantes en mis peores enemigas, y se encargaron de hacerme la vida más difícil y miserable en los próximos años de reclusión.

Días después de esas reubicaciones, nos enteramos que Sandra estaba en el Centro de Observación y Clasificación, que era una estancia muy similar a Tratamientos Especiales, pero estaba apartado de la población y se encontraba sola. Además, le quitaron el medicamento controlado que tomaba desde hace varios años, haciéndola vivir días de pesadilla.

Como consecuencia de las reubicaciones, en el módulo 1 nos comenzaron a pasar una lista aparte de las que pasaban al día a la población en general. Nos explicaron que esta “Lista extraordinaria” aparecíamos quienes éramos consideradas las más peligrosas.

En agosto de ese mismo año, me reubicaron a Tratamientos Especiales. Esa área siempre había sido catalogada como una zona de castigo, ya que ahí metían a las compañeras que se destapaban de ser lesbianas y se atrevían a tener una relación dentro del módulo a pesar de que no teníamos permitido ni tocarnos.

La directora del área técnica, Jazmín Borbón me dijo que como mínimo permanecería ahí tres meses y en ese tiempo determinarían si regresaba con la población o me dejaban tres meses más. Sin embargo, yo no contaba con ningún reporte que ameritara mi traslado a esa área.

Tratamientos Especiales era una pequeña estancia que medía, más o menos, 3 x 2 metros que se encontraba lejos del área de la población interna, pero entre la comandancia y las oficinas del personal del centro federal. Para acceder ahí era necesario quitar llaves y candado de la reja, y solo podía hacerlo el personal autorizado.

La luz permanecía prendida las 24 horas del día, por lo que no sabía cuándo era de día o de noche, sólo me daba cuenta por los pases de lista. Contaba con una diminuta base de metal para un colchón, una pequeña mesa, un banco, todo de metal y empotrado para que no fuera movido; además un tubo que hacía las veces de regadera, donde salía el agua muy fría y una taza de baño.

Quiero hacer hincapié en este detalle del baño; desde mi reubicación el registro se encontraba descompuesto por lo cual el agua chorreaba sin parar, y no tenía la tapadera. La estancia era completamente cerrada, la puerta sólo tenía unos pequeños agujeros en la parte superior por donde las oficiales, al momento de hacer sus rondines, se asomaban a ver cómo me encontraba, y que abrían solamente para los pases de lista.

Todo el tiempo que me mantuvieron ahí nunca me dieron la oportunidad de hacer el aseo, por lo que a causa de eso me dio una fuerte infección en la piel; aparte del olor tan horrible que salía de las coladeras y se encerraba totalmente.

Aproximadamente a la semana de estar en Tratamientos Especiales sola, sin actividades, sin salir para nada de la estancia, con un absoluto silencio, pero del cual sobresalía día y noche el ruido del agua que se escapaba del baño, comencé a tener alucinaciones. Me obligaron a tomar un medicamento controlado sin haber sido atendida por un psiquiatra.

Cuando por fin ese especialista me atendió, me aumentaron las dosis de clonazepam, sertralina, olanzapina, me los suministraban por la mañana, tarde y noche, aparte de los analgésicos, desinflamatorios y demás que tenía prescritos por el médico general. Un extra que me inyectaban cuando se agravaban mis crisis, era diazepam. A causa de todo este medicamento sufrí una intoxicación.

En mi estadía ahí intenté quitarme la vida en dos ocasiones. Una me clave una varilla de acero en el cuello, era la que se encontraba en el registro del baño que estaba descompuesto y que retenía la bomba. La segunda ocasión fue colgándome con una sábana que até de una pequeña ventanita que se encontraba a un lado de la puerta que era atravesada por unos pequeños barrotes.

Entraron, me descolgaron y me volvieron a inyectar. Me desvistieron y se llevaron todo lo que había en la estancia dejándome totalmente desnuda por varios días a pesar del frío que se sentía.

También, dejé de comer por varios días, lo que me ocasionó que adelgazara considerablemente, que se me callera el cabello en exceso y, por la ansiedad tan fuerte que me daba, me auto agredía golpeándome contra la pared.

Mi cuerpo se encontraba esquelético, desmejorado y muy débil, y mi mente totalmente fuera de esta realidad. Por estos motivos no permitieron que mi familia me viera.

Esto fue a finales del año 2012. Cuando me sacaron de ahí, me siguieron manteniendo aislada de población hasta meses después que me reubicaron a las nuevas plataformas que pertenecían al varonil y donde ya se encontraban mis demás compañeras y las de traslados masivos.

Pero nuevamente me volvieron a separar de población al enterarse de que yo mantenía una relación lésbica con una compañera, y eso para las autoridades era acreedor de un castigo.

Lo que he vivido es algo inverosímil, pero, créanme, estas cosas suceden a puerta cerrada, cuando la indiferencia crece en la sociedad, en el gobierno y en las leyes.

Durante los cinco años ocho meses que estuve privada de mi libertad (excepto los meses que mi mente se trastornó por completo), para olvidarme por un momento de mi situación escribí un diario, anotando cada cosa que viví durante mi encierro y la fuga de mi realidad.

En los últimos seis meses de reclusión creé una saga de tres libros basados en el personaje, más bien, en la mujer que fue creada por Felipe de Jesús Muñoz Vázquez y que aparece en cientos de declaraciones ministeriales de diversas personas que fueron obligados a firmarlas mediante tortura. El nombre de la saga que consta de seis libros, se llama SIN PIEDAD.

Otra de mis metas más ambiciosas, aparte de publicar mi obra en su totalidad en formatos digital, impreso y audiolibro, es convertirla en una serie para televisión. También estoy en busca de especialistas que me ayuden a recuperar mi salud física y mental.