Conocí a José Agustín en 1998 cuando estudiaba el tercer semestre de la carrera en periodismo y él ya era un todo un rockstar de la literatura mexicana. Generoso y a toda madre como era, me abrió las puertas de su casa en Cuautla sin conocerme ni ir recomendado por alguien.

Ese día al terminar la entrevista, además de firmarme mi ejemplar de Ciudades Desiertas y aceptar tomarse unas fotos conmigo, me dio un raid al centro de Cuautla en su Tsuru blanco. Como imaginaran estaba soñado. Hoy que se anuncia su lamentable muerte, comparto aquella entrevista escolar como un mínimo homenaje a lo que representa para mi, su agradecido lector. 

Arturo Ortiz Mayén* | @OrtizMayen

En agosto de 1963, cuando José Agustín cumplía 19 años recibió una llamada telefónica en su hogar que indudablemente esperaba tiempo atrás. La voz al otro lado del auricular era la de su maestro Juan José Arreola quien le decía:

-«Ya leí su novela…

-¡Carajo maestro, qué bueno que la leyó, ya tenía un año con ella!

-Oiga no sea pendejo, si no estuve un año leyéndola. La agarré anoche y la leí en una hora y media. Me gustó mucho su novela. Antes que nada déjeme decirle que se considere usted un escritor, es usted un escritor. Su novela es muy publicable y se la voy a publicar».

El rostro del naciente escritor debía reflejar tantas cosas en ese momento, máxime cuando no pensaba siquiera publicarla. La novela de la que hablaban era La Tumba, escrita cuando José Agustín tenía tan sólo 16 años. Ese joven talento acallaba con ese logro las voces represoras de sus maestros de secundaria del Colegio Simón Bolívar con los cuales -recuerda- «tenía puntos de vista muy divergentes con respecto a religión e historia. Y me paraba y disutía, ya tenía buena información, ya leía yo mucho, desde cuarto y quinto de primaria era yo un lector voraz».

Resultado de tal afición fue su explusión al terminar segundo de secundaria «por subersivo y proselitista».

Los responsables del desarrollo intelectual del joven acapulqueño fueron sus hermanos mayores (Augusto e Hilda) los cuales «empezaron a leer con una furia preciosa… los veías bien contentos leyendo y dejaban los libros en todos lados. Entonces empecé a agarrarlos yo también y me dí unas clavadas espantosas, a partir de entonces empecé a leer y nunca he parado».

Y nunca ha parado. José Agustín lleva más de 30 años dedicados a la literatura. Es uno de los personajes representativos de los setenta: rockero desde siempre, radica actualmente en Cuautla, Morelos, en una casa al norte de la ciudad donde predomina la vegetación (helecho, mango, plátano, guayabo, entre otros), los libros, la música y un cálido ambiente a hogar.

Recién bañado, ataviado con un pantalón de pana café y una camisa rosa, el escritor de Ciudades Desiertas saluda sonriente. Va a desayunar en la terraza, desde donde se aprecía el jardín. Su desayuno: café con leche, unos panes con matequilla y una coca de dieta. Se frota las manos, toma un sorbo de café y menciona que hubiera sido de no ser escritor: «Se me antojó ser piloto por mi papá pero nunca fue demasiado fuerte; luego me interesó mucho la historia, esa sí fue una carrera que me atrajo horrores, estuve a punto de estudiar historia. Y el rocanrol pues no mames, desde el principio, el sueño de todo mundo era ser rocanrolero. Me fascinaba el rock».

Su gusto era tal que desde niño juntaba las ollas de su casa, agarraba palitos y armaba su batería. Pero su destino no era ser músico o interpretar rolas y eso lo comprobó tiempo después cuando le dio clases de guitarra Javier Bátiz, «el mejor rocanrolero entonces y quizá el mejor requinto que ha habido en México, y él no me pudo enseñar o sea que qué negado no estaría».

Pero siempre ha estado vinculado con la música y especialmente con el rock. Hizo letras para grupos desde que iba en la secundaria y así llegó a componer para bandas muy sonados como Los Dug-Dugs  y Peace and Love, a solistas como Javier Bátiz y hasta a Angélica María. Es considerado por ello el primer crítico de rock en México, porque «el rocanrol tiene casi mi edad».

EL LECTOR

El acceso a los libros en boga a temprana edad, le permitió formarse una visión que era reaccionaria para la sociedad mexicana de hace tres décadas. Descubrió entonces, como alguna vez escribió, que «me hacían rebeco el rocanrol, los pantalones vaqueros, el cuello de camisa alzado, el intento de copete… mis escandalosos relajos, pero también en mi caso, mi gusto insano de leer y escribir sin pedir asesoría  a los broders lasallistas».

-¿Cuáles fueron los primeros escritores que leyó en su recorrido literario?

-El primero en extrema importancia fue Jean Paul Sartre. Estaba de moda el existencialismo, entonces leí El Muro, libro de cuentos verdaderamente terribles que para leerlo a los 11 años, no sabes, te deja los pelos parados, te mete la transgresión total.

«Leí a Albert Camus, a Par Lagervist, textos teóricos del existencialismo, sobre todo los de Norberto Bobbio. Me metí a los beatniks que empezaron a salir en esa época, leí a Burroughs, a Kerouac, a Ginsberg, esos me fascinaron; leí a Lorca a Neruda, a los poetas malditos, a los surrealistas, a los gringos, a Scott Fitzgerald, a Edgar Allan Poe que fue otro de mis héroes así monstruoso. Bueno las novelas que me pegaron más fuerte fueron Lolita de Vladimir Nabokov; Tierna es la noche de Fitzgerald y Los Demonios de Dostoievski».

La literatura tarde o temprano lo llevó a la filosofía: esto porque los libros que leía, tenían un sustento teórico en Heidegger, Shopenhauer, Kirkegaard y Nietzche. «De todos el que más me impactó fue Nietzsche, él juega un papel importante en La Tumba… me impactó porque era una justificación filosófica de muchas ondas que podían ser discutibles para la sociedad en general».

También leyó a escritores mexicanos, entre ellos admira a Sor Juana; la poesía de Octavio Paz, porque nunca comulgó con sus ideas; a Carlos Monsiváis con el cual aborda temas en común, aunque con perspectivas diferentes. Al respecto dice: «Lo he invitado a debatir las cosas de la contracultura y no quiere se raja, luego le vuelven a preguntar y sale con los mismos clichés».

De todos ellos se nutrió para escribir y el resultado es una literatura con un lenguaje suelto, sencillo, vivo y sin prejuicios. Sus novelas reflejan las formas de expresión juveniles. Comparte su rechazo a la represión y aunque el tiempo ha pasado se mantiene vigente y más activo que nunca, a sus 54 años le gusta la música cual joven de 20. Dentro de lo que cabe sigue siendo rebelde, porque «ante lo que hay que rebelarse me rebelo y cuando no pues no la hago de pedo». Al decir esto suelta una carcajada que muestra su gran sentido del humor.

La sensación de comodidad y agrado implica que hable sin prejuicios por lo cual de vez en cuando dice una que otra grosería. El escritor de «La Panza del Tepozteco» sostiene entre sus manos una lata de refresco que acaba de beberse y opina sobre las groserías en la vida cotidiana y la literatura:

«Hay baños de una moralidad enteramente fariseica… las maneras de expresar no tienen que ver con el contenido en sí de las palabras, todo depende de la intención con que se digan, es una desmitificación del lenguaje, son moneda de uso común y si no ve a los políticos, a Castillo Peraza, que contesta las entrevistas diciendo «no mame señorita esas son chingaderas», o los diputados del Bronx que todo el tiempo están no mames, chinga a tu madre, en la cámara de Diputados, los padres de la patria. Entonces qué les preocupa que los libros digan lo que digan, por eso creo que es pura hipocrecía».

El hombre y su familia

Atento observador de la realidad, José Agustín no se abstrae de disfrutar un buen partido de futbol, de convivir con sus amigos, de circular por el centro de Cuautla como cualquier persona. Es aficionado a deportes como el beisbol, el futbol americano, el soccer, la natación y el ciclismo. Reconoce ser seguidor de «Las Chivas, ríe y dice: «jamás al Necaxa, carajo, tan padre que le habían ganado al Pumas y con quién van a perder, con el equipo de Zedillo».

Como desde hace 35 años comparte su vida con Margarita, su esposa, una guapa mujer que llega sonriente hasta la mesa donde desayunó su esposo, lo abraza, lo besa y comenta cómo ha sido su relación durante este tiempo: «Pues como todo, tiene un lado bueno y un lado malo que hay que estar sobrellevando; hasta los genios más genios han tenido, yo creo ese lado ¿no? Pero ha sido más lo luminoso. Creo que ha sido padrísimo.

-¿Quiénes integran su familia?

-«Tengo tres hijos. Andrés que es editor, Jesús que es médico, es un cerebrito, está terminando su posgrado en psiquiatría y José Agustín, el menor que estudia literatura.

-¿Cómo es su relación con ellos?

-Pues es buena, yo aprendí una cosa de García Marquez que decía que la sabiduría de un padre consiste en subirse al tren de los hijos, y eso fue lo que hice yo, me subí a su tren, compartí sus cosas hasta donde se puede, porque hay cosas que son muy de ellos, y pues nos unió el rock».

De esta manera, con la misma sonrisa que mostró desde el principio, el hombre que ha logrado conjuntar carácter y sensibilidad tiene todo lo que desea: prestigio, reconocimiento, el cariño de sus lectores, pero sobre todo, a su familia.

*Entrevista escolar realizada en 1998